Partamos con un ejemplo: los alimentos
Rara vez nos preguntamos desde dónde proviene y cuánto viajó una fruta o verdura para llegar hasta el mercado más cercano a nuestro hogar. Pero lo cierto es que deberíamos prestarle más atención: los datos sobre la cadena productiva de nuestros alimentos son abrumadores.
Se estima que un 22% de las emisiones globales de Gases de Efecto Invernadero (GEI) provienen de la industria alimenticia que, a pesar del avance del conocimiento y las nuevas tecnologías, tiene procesos ineficientes e insostenibles, por ejemplo, en la gestión de la tierra y el agua, en sus altos niveles de desperdicio de producto y en la pérdida de la biodiversidad a lo largo de su cadena de suministro. Por otra parte, las distancias entre las áreas de producción y los principales centros de consumo, es decir, las ciudades, son cada vez mayores. El estudio “Cities and Circular Economy for Food” (2019) de la Fundación Ellen MacArthur indica que para el año 2050 un 80% de los alimentos serán consumidos en las ciudades, las cuales concentran -y seguirán concentrando- a la mayor parte de la población humana. Por lo mismo, en ellas recae el gran desafío de repensar sus sistemas alimentarios y construir resiliencia ante la urgencia climática.
¿Cómo lograr, entonces, que esta industria sea sostenible?
Según la FAO, más de un 30% de los alimentos para consumo humano termina en la basura. Una estadística que urge mejorar, especialmente en territorios que producen un bajo porcentaje de los alimentos que requieren. Es el caso de la región de Antofagasta, una zona esencialmente minera, y que produce menos del 5% de los alimentos que demanda su población, lo que implica que los productos son transportados por cientos e incluso miles de kilómetros.
“Esto provoca que el costo de los alimentos sea considerablemente mayor en esta región que en el resto del país, lo que atenta contra la seguridad alimentaria de la población, especialmente de los más vulnerables. Es imperativo hacer un uso eficiente de ellos”, explica María José Larrazábal, directora del proyecto Valora Alimentos, creado en la segunda mitad de 2020 por un grupo de académicas y profesionales de variadas disciplinas de la Universidad de Antofagasta con el objetivo de avanzar en materias de reducción de desperdicios alimentarios en centros de comercialización de la región.
“Fue necesario salir de los laboratorios y reuniones académicas para conocer realidades locales, integrar el trabajo de equipos multidisciplinarios y articular acciones con organismos públicos y privados. Ha sido muy motivante ver la respuesta de diferentes personas y organizaciones, desde locatarios, organizaciones sociales, sector gastronómico, estudiantes y autoridades universitarias, empresas regionales, entre otros. El tema es de interés transversal y avanzar en estas materias requiere esfuerzos múltiples.”
A Valora Alimentos se ha sumado Corfo, la Agencia Chilena para la Inocuidad Alimentaria (Achipia), la Seremi de Agricultura, Seremi de Medio Ambiente y los dos principales recintos de comercialización y distribución de alimentos: la Vega Central de Antofagasta y el Terminal Agropecuario de Calama. Los resultados incluyen un modelo de gestión específico para los recintos asociados, que permitirá recuperar alimentos aptos para el consumo, incluyendo un recetario elaborado con alimentos recuperados, orientado a toda la población, y dos bancos de oportunidades, destinados a emprendedores. Allí se proponen líneas de negocios basadas en economía circular, para generar productos de uso alimentario y no alimentario, factibles de implementar en la región. El proyecto se encuentra en etapa de divulgación de los resultados, buscando contribuir a la reducción de los desperdicios en la región y a nivel nacional.
Se trata de una iniciativa de enorme valor y que ejemplifica muy bien cómo transformar la lógica lineal de nuestro modelo económico en el sector alimentos. Sin embargo, es solo la punta del iceberg en el ámbito de la economía circular.
¿Cómo transformamos las ciudades en circulares?
La industria alimentaria no es la única que concentra su consumo en las ciudades. En julio de 2022, el equipo de Economía Circular de Enel Chile publicó el estudio “Ciudades Circulares para Chile”, donde se destaca que el 54% de las emisiones GEI provienen de tres sectores. A la producción de alimentos (22%), se suma el uso de energía en transporte y edificios (20%), principalmente debido a la quema de combustibles fósiles, ya sea dentro de las ciudades –por ejemplo, en los medios de transporte–, como en su exterior con la producción de electricidad o en el transporte de bienes; y también la cadena productiva de cuatro materiales de construcción que las ciudades demandan constantemente (cemento, acero, plástico y aluminio), que aportan un 12%.
“Este estudio es inédito en Chile. Su objetivo es contribuir con diagnósticos e identificar oportunidades de circularidad para tres ciudades específicas del país, que son Antofagasta, Santiago y Concepción. Y dado que la economía circular es un tema muy amplio y complejo, era importante focalizar nuestro análisis. Así elegimos estos tres sectores -alimentos, energía en transporte y vivienda, y construcción- que en conjunto suman más de la mitad de las emisiones GEI en el mundo.”
El estudio consolidó datos disponibles públicamente que permitieron hacer una estimación preliminar de flujos de entrada (materiales y energía) y salidas (emisiones y residuos), y los estructuró por sector y ciudad. Así mismo, para cada ciudad se identificaron indicadores urbanos que complementaron el análisis. De esta manera, el estudio permite reflexionar sobre las brechas y oportunidades para la economía circular de cada ciudad, de acuerdo con sus propias realidades y características.
“Para entender las ciudades, es necesario familiarizarse con el concepto de metabolismo urbano, que plantea que los centros urbanos, al igual que los organismos vivos, consumen, metabolizan, desechan, respiran. En un metabolismo lineal, los recursos materiales y energéticos provienen desde el exterior y gran parte de ellos se pierden o eliminan hacia afuera. La idea es tomar los principios de la economía circular para movernos a un metabolismo urbano circular, en el cual la ciudad es capaz de mantener y reutilizar los flujos de energía y materiales existentes, reduciendo la demanda externa y conectando salidas con entradas. Estos conceptos nos ayudan a plantear un nuevo modelo de ciudad para hacerla más sostenible y resiliente”, detalla Correa.
En una ciudad circular, la demanda de energía se abastece de fuentes renovables; los productos y los materiales que circulan en la economía se valorizan y extienden su vida útil, reduciendo la presión sobre los sistemas naturales por efecto de la contaminación y emisiones. La innovación y la tecnología, además, fomentan la creación de nuevos modelos de negocio circulares, el desarrollo de mercados locales, el fortalecimiento del tejido social y procesos de simbiosis industrial en la ciudad. Y también se replantea la utilización de los espacios en desuso, para ofrecer mayor accesibilidad a servicios y zonas de esparcimiento.
Para lograr todo esto, es fundamental medir procesos que la economía tradicional normalmente no cuantifica.
Un ejemplo exitoso en Chile es el Centro de Día del Adulto Mayor de Punta Arenas, una estructura con Certificación Edificio Sustentable (CES), la cual establece que la empresa que realiza el manejo de residuos o escombros de una obra deberá certificar la recuperación de materiales para reciclaje o reutilización. El material reciclado deberá representar al menos un 50%, en volumen, del total de residuos y/o escombros retirados.
Gracias a la colaboración entre el Ministerio de Energía, el Ministerio de Obras Públicas y el Instituto de la Construcción, se midió la huella de carbono del ciclo de vida completo de este edificio público. Los resultados muestran una intensidad de emisiones de 1.739 kg CO2e/m2. Cerca de un 35% se debe a los materiales y su transporte, la construcción, reparación y fin de vida. El resto proviene de las emisiones en fase de operación, por el uso de electricidad y combustibles. En el estudio se modelaron distintos escenarios de sensibilización, como la extensión de la vida útil del edificio o la incorporación de sistemas de autogeneración de energía, calculando para cada uno el efecto en la huella de ciclo de vida.
Contar con mediciones de esta naturaleza, ampliadas a diferentes proyectos urbanísticos de Chile, permitiría conocer con mayor certeza las emisiones que se producen de forma directa por el uso de energía y las que se generan afuera de la ciudad por la fabricación y el transporte de los materiales de construcción. De esta manera, por ejemplo, podemos identificar en qué parte de la cadena de valor se deben poner los esfuerzos para la descarbonización.
Una ruta para Antofagasta, Santiago y Concepción
El estudio “Ciudades Circulares para Chile” da cuenta de las oportunidades de economía circular para cada una de las ciudades analizadas. Por ejemplo, el gran potencial de generación distribuida a nivel residencial, es decir, producida en hogares, edificios y pequeños terrenos, para las ciudades de Antofagasta y Santiago.
En Antofagasta juega a favor la gran radiación solar y la posibilidad de desarrollar sinergias con las centrales solares presentes en la zona, que, en vez de desechar millones de paneles fotovoltaicos al cumplir su vida útil industrial, podrían continuar un nuevo ciclo produciendo energía en hogares y pequeñas empresas. De hecho, Corfo, la Subsecretaría de Energía, la Universidad de Antofagasta y Enel Green Power están colaborando con diversos actores nacionales en la elaboración del Bien Público: Generación de estándares técnicos y económicos para habilitar la segunda vida de módulos fotovoltaicos.
Por su parte, Santiago está aprovechando más de 18 MW de capacidad instalada en generación distribuida, pero tiene un potencial mucho más alto debido a la alta densidad de edificaciones de gran altura, que ofrecen un espacio idóneo para construir no solo techos, sino también fachadas solares. Un caso emblemático es el edificio Nueva Córdova, que tiene más de medio millar de módulos fotovoltaicos monocristalinos instalados por Enel X. Es el primero en Sudamérica en su escala y evitará la emisión de más de 74 toneladas de CO2 al año.
En Concepción, una de las propuestas más ambiciosas es explorar la posibilidad de recuperar calor industrial para la calefacción distrital. Aunque suena futurista, en la ciudad de Kalundborg en Dinamarca existe desde 1972 un círculo industrial llamado “Symbiosis”, el cual opera bajo el principio de que el desecho de una compañía es el recurso de otra. A través de acuerdos comerciales, 13 empresas de la zona industrial se encuentran conectadas por tuberías y líneas donde comparten agua, energía y materiales, transformado los residuos en activos de valor y reduciendo notoriamente sus desechos.
También se identificó un alto potencial en el ámbito del mejoramiento de la aislación térmica en las ciudades de Santiago y Concepción, y de la electrificación de las actividades domiciliarias -como la calefacción- en esta última.
En las tres ciudades el principal emisor de GEI es el transporte, un sector clave para el funcionamiento de la ciudad, lo cual puede ser abordado a través de su electrificación, en especial, en el sistema público. En este ámbito, Chile tiene una posición de liderazgo a nivel mundial con casi 1.000 buses eléctricos circulando en el sistema RED de Santiago, los cuales crecerán a 2.000 en 2023, y con un plan del ministerio de Transportes para desplegar esta tecnología en más regiones del país en los próximos años.
Ya empezó la transición
Durante la presentación del estudio, Estefani Rondón, de la División de Desarrollo Sostenible y Asentamientos Humanos de Cepal, entregó un diagnóstico positivo sobre los pasos que están dando varias ciudades de nuestro continente.
“La región de Latinoamérica y el Caribe ya cuenta con varias hojas de ruta para avanzar en esta transición a la economía circular, que responden a la particularidad de cada ciudad y país. Están centradas en cuatro objetivos prioritarios: innovación; marcos regulatorios, gobernanza y financiamiento; ciudades circulares; y cultura ciudadana. Tenemos una base para poder continuar hacia adelante y es importante hacerlo con procesos participativos y una transición justa.”
Una de las iniciativas es la Declaración de Ciudades Circulares de América Latina y el Caribe, que en julio de 2022 ya había sido firmada por 10 ciudades que han ratificado su compromiso para promover y acelerar una transición de las ciudades hacia una mayor circularidad de la mano de la cooperación público-privada. Santiago es parte de las ciudades signatarias, ratificando que Chile es uno de los países más decididos a avanzar en la circularidad y desarrollo sostenible en su territorio. De hecho, es la única economía emergente en el mundo que ha establecido sus metas de carbono neutralidad por ley.
Al respecto, Natalia Correa entrega otro dato esperanzador.
“En nuestro análisis, identificamos en Chile al menos 17 metas – políticas de Estado que apuntan a que las ciudades avancen en una mayor sostenibilidad y economía circular. Por dar un ejemplo, está el objetivo que a partir de 2035 todas las nuevas incorporaciones al transporte público urbano sean cero emisiones. Estamos en un buen punto de partida, pero ahora necesitamos pisar el acelerador”, concluye.